«La película más peligrosa del año». Cualquiera que siguiese comentarios, opiniones o artículos a través de redes sociales vería que esta última versión cinematográfica del Joker traía una polémica, estéril si la repasamos tras su estreno, relativa a una probable influencia negativa en determinado tipo de público; grupos de inadaptados cercanos ideológicamente a la extrema derecha capaces de tomar esta película como un acicate para cometer matanzas u otro tipo de crimen supuestamente liberadores para estas personas. En fin, ya se ha estrenado en todos los cines y el mundo sigue igual que antes, aunque hay algo que, bajo mi punto de vista, ya no va a ser lo mismo. Me refiero a las nuevas adaptaciones que se realicen sobre los universos de, principalmente, Marvel y DC, surgidos a la sombra del Joker.
Algunas críticas apenas lo mencionan, o directamente no lo hacen, y es que estamos frente a una cinta ganadora del León de Oro en Venecia lo que la sitúa en el mismo palmarés que, por ejemplo, El año pasado en Marienbad (1961), La Batalla de Argel (1966), Atlantic City (1980) o El Regreso (2003). Insisto en la necesidad de resaltar este logro porque, más allá de las virtudes y características del propio film que van a impulsar una «experimentación» o tratamientos similares a lo que ha hecho Todd Philips con el Joker, añade un prestigio del que carecían las adaptaciones de superhéroes y villanos de los tebeos. Por supuesto no vamos a ser románticos, porque el prestigio y los premios están muy bien pero la que manda es la taquilla y ésta está funcionando de maravilla para la Warner.
La decisión más inteligente que toma un sorprendente Todd Philips, para construir la historia y el viaje del personaje, es la de ambientar toda la película en una Gotham sucia, claustrofóbica y al borde del colapso socio-económico. A partir de ahí lo que le ocurre a Arthur Fleck es el resultado de la lucha día a día, en ese contexto tan difícil, mientras lidia con su delicada salud mental hasta la caída definitiva en la demencia más absoluta.
Hay otro pilar fundamental en el que se apoya y es la interpretación de Joaquin Phoenix, capaz de reír y llorar a la vez. No se trata solamente del aspecto físico extremadamente delgado y demacrado, ni tampoco la risa diabólica que incorpora al personaje, sino a través de miradas en primer plano construye un personaje roto y lleno de traumas irreparables. No sé qué ocurrirá de aquí a las temporadas de premios pero en estos momentos es el candidato más claro para la estatuilla a mejor actor. Tampoco podemos desmerecer la labor de Todd Philips, pese a contar con una filmografía que no invitaba al optimismo, ha demostrada una tremenda personalidad y determinación pera llevar a cabo este proyecto.
No es perfecta, tampoco lo pretende, es más, no le importa llevar situaciones y escenas al límite con decisiones que pueden no satisfacer a todos, pero ahí reside parte de su encanto. Joker es un triunfo como una deconstrucción de referentes, Taxi Driver o El Rey de la Comedia como los más destacables, y de los elementos prestados que conforman el universo de Batman: Gotham, Thomas y Bruce Wayne, el propio Arthur Fleck,… Huye de los principales lugares comunes ya narrados en anteriores adaptaciones y ofrece algo nuevo, incómodo y, sí, se presenta como alternativa al modelo imperante de Marvel/Disney. Si las licencias de Warner/DC quieren triunfar deberían seguir este camino.