Una nueva película de Christopher Nolan siempre es un evento cinematográfico, ni la pandemia puede con el estatus que ha alcanzado como director. Eso sí, tras un año después del estreno, Tenet no alcanzó las cifras en taquilla de sus anteriores filmes con la que ha sido su película más cara (205 millones de dólares sin contar la promoción). Pese a todo, se situó entre las más taquilleras del anómalo 2020. Tras Dunkerque (2017), regresa al thriller de acción contemporáneo, en la línea de Origen (2010).
Tenet, sin ser el mejor Nolan, sí que ofrece un entretenimiento de primer nivel, con ritmo y que, por lo menos para el que escribe, la complejidad que le da la inversión temporal funciona igual que un juego, lo suficientemente enrevesado como para entrar en la propuesta y seguirla con interés sin resultar confuso.
El rompecabezas temporal lo enmarca dentro de una trama de espionaje clásica: el protagonista (Jonathan David Washington) es reclutado por una organización secreta que le encarga la tarea de evitar el Apocalipsis y es que un grupo de personas han recibido del futuro una tecnología capaz de alterar la entropía de los objetos invirtiendo su comportamiento temporal. Si las líneas temporales, la progresiva y la invertida, se solapasen provocaría la desaparición de la humanidad. El objetivo será acercarse, a través de su esposa (Elizabeth Debicki), al traficante de armas ruso (Kenneth Branagh) poseedor de dicha tecnología. Contará con la ayuda de su compinche (Robert Pattinson) para evitar el cataclismo.
Como no podía ser de otro modo tratándose de Nolan, Tenet es de nuevo un rompecabezas temporal, un palíndromo, que retuerce y refleja la estructura narrativa enmarcado dentro de un argumento manido. En esencia, se reduce a espías contra villanos que amenazan con destruir el mundo.
El punto fuerte de Tenet es el espectáculo cinematográfico en el sentido más «talibán» del término, aprovechando sus virtudes en una sala de cine. De nuevo recurre al formato IMAX para filmar el grueso de la película y los más de 200 millones de presupuesto lucen: numerosas localizaciones alrededor del mundo, escenarios reales, efectos prácticos, stunts y elaboradas coreografías de acción.
Nolan sigue siendo fiel a todos los elementos que dominan su cine y también lo es con sus defectos:
Una carencia en el desarrollo de personajes. Cumplen con el arquetipo del cine de espías y su única motivación es el avance de la trama y el funcionamiento del mecanismo «Nolaniano». Los actores se desempeñan con solvencia: John David Washington como protagonista despliega una buena dosis de interpretación física muy convincente, Robert Pattinson como enigmático compinche. Elizabeth Debicki y Kenneth Branagh como esposa y marido/villano comparten momentos interesantes. Claro está que no es una película de personajes.
La excesiva sobreexplicación. Nolan, en lugar de ofrecer una narración a través de la acción y las imágenes que pueblan la película, hace uso de unos diálogos extensos que aclaran lo que sucede o va a suceder en pantalla, Y, es lógico, cuando planteas una estructura narrativa tan compleja, no por profundidad, sino por la cantidad de situaciones y líneas temporales que necesitan aclaración para que el espectador no desconecte del filme (hay que tener presente que Nolan siempre ha hecho cine para el público masivo).
Por primera vez desde 2006 la banda sonora no corre a cargo de Hans Zimmer (ocupado con Dune). En esta ocasión se encarga el sueco Ludwig Göransson, ganador del Oscar por Back Panther (2018) y dos Grammys por la canción del rapero Childish Gambino «This is America».
Es importante resaltar este cambio de compositor y ahora lo explico.
La banda sonora tiene un aproximación diferente, predominan las bases rítmicas con enfoque más electrónico y predominio del sintetizador. Carece del carácter épico de Zimmer, con la mezcla de instrumentos y el empleo del muro de sonido al que recurría a menudo el compositor alemán para las películas de Nolan. No se me entienda mal, es una buena banda sonora que incluye además cierto riesgo y experimentación en algunos pasajes, aunque uno no puede dejar de pensar qué pasaría sí Zimmer se hubiera encargado. Porque la relación entre Nolan y Zimmer, es casi del mismo nivel, con sus diferencias, que la de Steven Spielberg con John Williams. Donde las imagenes de uno se acompañan de manera inseparable con la partitura del otro.
Como decía al comienzo Tenet resulta un blockbuster de calidad, pero no es Memento (2001) ni El Caballero Oscuro (2008) (bajo mi criterio sus mejores obras). Tampoco supera al otro thriller de acción que podría ser su precuela o secuela espiritual como Origen (2010). Carece de la emoción y sorpresa que sí tenían estas otras películas.
Veremos si Nolan continúa por estos caminos o da un giro radical en su nuevo proyecto. Quizás es el momento.