Dicen que las novelas del ermitaño escritor norteamericano Thomas Pynchon son inadaptables a la gran pantalla, de hecho, Puro vicio (de ahora en adelante Inherent Vice, me gusta más), el séptimo largometraje de Paul Thomas Anderson, es el segundo filme que lleva al cine una obra de Pynchon y la primera es un docudrama alemán del 2002 basado en El Arcoiris de gravedad (1973), del que hay muy poca información. Con todos estos antecedentes parece que sólo un grandísimo director, fan de la literatura de Pynchon, podría atreverse con Inherent Vice (2009). Segunda aproximación de Paul Thomas Anderson a la comedia, la anterior fue Punch Drunk Love (2003), ganadora en Cannes a mejor guión. Y, también, su segunda adaptación de una novela tras Oil! (1927) de Upton Sinclair para Pozos de ambición (2007)
La película respeta la historia base de la novela: Los Angeles, 1970, en plena decadencia hippie, un detective «fumeta», Larry «Doc» Sportello (Joaquin Phoenix), recibe la visita de su ex, Shasta Fay (Katherine Waterston), que le pedirá ayuda para encontrar a su amante desaparecido, un acaudalado constructor llamado Mickey Wolfman (Eric Roberts), que trata de reparar todo el mal que ha hecho. A partir de ahí, Sportello, se sumergerá en una trama propia del cine negro.
Si hay algo por lo que destaca la novela es por su ambientación y el torrente de personajes que circulan por el libro. Thomas Anderson, en cambio, opta por condensar la acción, eliminar lugares y emplazar la historia exclusivamente en la urbe de Los Angeles. No me gusta esta decisión, echo en falta determinados personajes y situaciones que figuran en la obra original, enriqueciéndola, y que podrían haberlo hecho con la película. Ahora bien, comprendo la posición de Thomas Anderson, escapar de la narrativa laberíntica de Pynchon -durante la lectura es fácil perderse si no estás atento- y topar su camino para adaptar Inherent Vice.
Ese camino pasa por los diálogos, en cada escena siempre hay conversaciones entre dos o más personajes, una constante de su cine, la mayoría filmados con primeros planos muy similar al estilo que empleó en The Master (2012), un claro homenaje al cine negro americano de los años 40 y 50. El problema viene cuando esos diálogos no siempre logran captar mi atención. Ni siquiera el humor patético y absurdo, que bebe directemante de la novela, se libra de esa irregularidad mediante momentos ligeramente forzados.
Estamos en los 70, la ola hippie ha terminado pero los personajes continúan viviendo esa resaca, se resisten a renunciar al movimiento que aspiraba a cambiar la sociedad. Sportello, a medida que va avanzando en el caso, si es que se produce, se topará con la verdadera situación que atraviesa el país: movimientos antidemocráticos impulsados por el gobierno, el capitalismo salvaje y la construcción descontrolada, el oscuro negocio de las drogas,… La decadencia está reflejada en la película aunque de una manera menos directa que en la obra de Pynchon, repleta de profusas descripciones. Gracias a la fantástica fotografía en celuloide de Robert Elswit, suavizada por la iluminación del océano o planos a contraluz que le proporciona el tono de fotografía casi velada, permite, por otro lado, transmitir cierto aire alucinatorio.
La música juega su papel, canciones krautrock, sin temas reconocibles de los setenta, salvo Wonderful World de Sam Cooke (es de 1960) y una partitura minimalista con toques jazz a cargo de Jonny Greenwood. Son elementos que, todos juntos, remarcan la muerte de una época que pudo ser y no fue, otrora llena de vida, psicodelia y sonidos.
Respecto a los personajes y dejando de lado que todo el reparto escogido es excelso, no podía ser de otra manera tratándose de una película de Thomas Anderson; es aquí donde está su aspecto más negativo, la corta presencia en pantalla de muchos secundarios: Sloane, la mujer del constructor desaparecido, Sauncho, amigo y abogado de Sportello, Hope Harlingen,… No me facilita llegar a al mismo nivel de empatía que, por otra parte, sí que se logra con la novela.
Realizando una valoración global, incluyendo toda la obra de Thomas Anderson, la considero una película interesante y menor en comparación con sus grandes creaciones como Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Pozos de ambición o The Master.
Me da la sensación de que este tipo de cine lo realiza por una razón. Por ejemplo, después de lo enorme y maravillosa que es Magnolia llegó Punch Drunk Love, amada y odiada a partes iguales, pero sin duda una obra pequeña. Aquí estamos ante una situación similar, en 2012 finaliza The Master, abrumadora, compleja tanto de puesta en escena como de conceptualización, y ahora nos ofrece esta adaptación como desahogo o un pequeño cambio de aires momentáneo, espero que sea así, momentáneo.