Animus criticandi: Hedwig and the Angry Inch (2001)

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Dentro del cine independiente americano encontramos, no hay duda, historias mucho más sorprendentes, arriesgadas y estimulantes que en los circuitos habituales. Hedwig and the Angry Inch personifica esto a la perfección.

Adaptación a la gran pantalla del exitoso musical, de mismo nombre, que surge en los escenarios alternativos de Broadway (sí, también ahí hay círculos independientes). John Cameron Mitchell, autor del libreto y protagonista en las dos versiones, se pone detrás de las cámaras para dirigir de manera excelente este exótico musical.

El argumento se centra en Hedwig, un transexual con vocación de estrella del rock, nacido en Alemania Oriental bajo el nombre de Hansel. Abandonó el país al casarse con un marine americano, sin embargo la operación de cambio de sexo a la que se sometió, salió mal, provocándole una pulgada irritada («angry inch») que lo dejará en la indefinición sexual física. Ya en América, conocerá a otra persona, Tommy, un joven que será su amante y protegido, interpretado por Michael Pitt, que le robará sus canciones y la fama que él pretendía. Mientras, Hedwig, seguirá a Tommy con su propio grupo, The Angry Inch, tocando en locales y restaurantes casi vacíos.

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Hedwig es un personaje derrotado por el pasado y así lo recuerda en cada actuación inundando los locales con su glamour y divismo, como si de un David Bowie se tratase, bajo capas y capas de maquillaje y ataviado con una peluca a lo Farrah Fawcett. «El 13 de agosto de 1961 se levantó un muro en Berlín. El mundo estaba dividido por una guerra fría y el Muro de Berlín era el símbolo más odiado. Injuriado, grafiteado, escupido. Pensamos que el muro estaría ahí para siempre, pero ahora que ya no está, ya no sabemos quiénes somos». Esta introducción, la primera canción de la película, no responde a la casualidad. Que Hedwig venga de un país marcado por la división física representa en lo que se ha convertido, alguien a medio camino del sexo: no es hombre, ni tampoco mujer; atado a sus recuerdos, esclavo de su pasado y difícil de derribar. Pronto nos daremos cuenta que no es más que un refugio de su verdad y cómo al avanzar la película descubrimos todos los significados ocultos. Seguramente, sin la brillantez de las canciones a ritmo de rock, podría resultar superficial, amén a las fantásticas letras llenas de mensaje que permiten a Hedwig liberarse y, a nosotros, conocer todo sobre él.

La obsesión por perseguir a su anterior amante, el cantante de éxito Tommy Gnosis, le llevará a perderlo todo poco a poco, el grupo, la relación con los integrantes y hasta el glamour, la peluca y las capas de maquillaje. Resurgirá, aunque ya no será el mismo.

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Estamos ante una ópera rock, o por lo menos a un homenaje a ese subgénero musical. Con muchos elementos comunes de otras célebres óperas rock como Tommy de The Who, o The Wall de Pink Floyd. En ellas, ambos protagonistas están marcados por su pasado, entretanto se enfrentan a esos recuerdos, que se nos muestran a modo de flashbacks o recreaciones animadas de carácter símbolico. Hedwig and The Angry Inch comparte algunos de estos aspectos.

En Tommy, el personaje principal carecía de la vista, el oído y el habla, como Hedwig  tiene una «herida» física que lo condiciona. Aunque quizás es The Wall la que tiene mayor relación con Hedwig, ya que el protagonista es un cantante de un grupo de rock, marcado por una serie de traumas asociados a la severa educación recibida durante la infancia, ante eso sólo encontrará salida en las drogas y la violencia. Difieren, es cierto, Hedwig no consume drogas y la educación no es lo que le causó traumas, sino las relaciones con sus seres amados, sin embargo los daños que causados por el pasado están muy presentes condicionando ambas personalidades.

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Respecto a la realización, no da la sensación, en ningún momento, que Cameron Mitchell sea un novato. Conduce la película con un ritmo firme y domina todos los recursos. Una realización pausada dentro de los recuerdos combinando encuadres e iluminaciones expresivas. Reserva la dirección y el montaje eléctrico para los conciertos que, a su vez,  rememoran a las realizaciones empleadas para las actuaciones en vivo.

En definitiva, es una propuesta novedosa y una excelente película musical. Lo único que se puede lamentar es que no tenga la proyección pública que se merece.

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